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Amor que siempre deja la puerta de su pecho abierta, que comparte con los demás. Amor que es adulto pero tierno y sano como un niño. Amor que también es maduro como el añejado vino.
Un amor así no lo encuentras en las esquinas, inactivo y enajenado por las polvorientas calles… Siempre se le ve ocupado, dando de lo que a él Dios le ha dado porque es valioso y estimado.
El que encuentra ese amor tan pegado al corazón de Dios, queda de él enamorado, apegado y cautivado. Este amor no lo ignoras, no lo tiras en cualquier lado, es gran perla, que en dolor se ha cultivado.
Es también valiosa pieza de oro que sobre el pedernal ha sido forjado y poco a poco Dios le ha ido dando la forma deseada. Por eso, no lo puedes desperdiciar, hay que valorarlo, si ya lo posees; cuídalo, ¡No lo vayas a extraviar!
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Hay amores increíbles…. ¡Nada los puede apagar! Y aunque tomen rumbo distintos, sus corazones siguen entrelazados. Por eso dicen las Escrituras: “Las muchas aguas no podrán apagarlo ni lo ahogarán los ríos.”
Porque no depende de las circunstancias, de lo que le digan los demás. No da para recibir… es incondicional y aun en la distancia continua siendo igual.
Un amor que todos deseamos. Es especial, particular. “Todo lo cree, lo soporta, nunca deja de ser, no guarda rencor, no se envanece…” En la Biblia lo puedes leer.
Amor que tiene que venir de Dios, amor que toma sus fuerzas en Él. Amor que ríe, que llora, que besa, que abraza, que se aguanta, que espera, que no traiciona, que olvida y que perdona.
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